miércoles, 13 de octubre de 2010

♥ La Ciudad Paisa ♥


Para caracterizar de alguna forma a Medellín podría decirse que es la Ciudad Paisa. Todo se organiza en torno a la antioqueñidad y al sentimiento de pertenencia regional. Medellín es entonces la expresión superlativa de un sentimiento de identidad forjado fundamentalmente en la historia y en la estigmatización de unos valores que aunque en permanente cambio son percibidos de igual forma a través del tiempo.

Cualquier producto social de proporciones sociales es apropiado como parte del orgullo paisa. No importa si rompe la tradicional circularidad de la ciudad o pasa por encima de los más importantes centros históricos como en el caso del metro; no importa que las plazas y parques sean transformadas y rediseñadas por las nuevas estrategias económicas y comerciales. Lo que importa es que la ciudad condensa su identidad sobre múltiples transformaciones estructurales [Lévi-Strauss, 1994]. Desde este punto de vista el sustrato del citema es el sentido; es el tema que se manifiesta en los factos y artefactos.

El citema es ese mentefacto que construye ciudad. Lo que sucede es que el citema es manifestación particular de formas de vivir la ciudad, de vivir lo medellinense. De esta forma lo medellinense se atomiza en infinidad de prácticas. Lo interesante de la etnografía consiste, desde esta perspectiva, en poder dar cuenta de esas prácticas que, siendo sustrato de una misma identidad, configuran diferentes formas de vivir la ciudad y estructuran al interior de ella subunidades en su gramática.

Esta pugna polisémica entre la identidad y la alteridad es heredada por la ciudad del ser humano mismo. La construcción de la identidad como representación del sentido común o lógica natural hace parte del ejercicio de pensarse como homogéneo. La ciudad, como construcción de esa identidad, como práctica del habitar, es aquella búsqueda por ordenar el des-orden que introduce el ser humano en su infinita posibilidad por dar sentido a todo . La ciudad, como su gestor, contiene al mismo tiempo a la univocidad -entendida como la correspondencia uno a uno entre causa y efecto, la significación única de los objetos- y a polisémia -entendida como la posibilidad de otorgar cualquier sentido a cualquier cosa, como la capacidad creativa y creadora del mundo que poseemos los humanos-. Por ello la ciudad es paradójica y conflictiva; es escenario sempiterno del debate, de la lucha de los sentidos que se le quieren otorgar a ella misma para que pueda ser ordenada, domesticada, normatizada, poseída, habitada... Las liminalidades trazadas por aquellos que luchan los sentidos son el escenario callejero de la guerra de las significaciones. De ahí que los territorios urbanos sean constantemente sacralizados y secularizados. La ciudad es entonces una práctica humana por excelencia.

Lo medellinense se encarna en la Avenida Guayaquil y en la Plaza de Envigado; en el señor que, transitando por el centro, lleva carriel y sombrero; en el característico acento; en la presencia invariable del puesto de empanadas en todos los barrios y centros comerciales; en los equipos de fútbol Nacional y Deportivo Independiente Medellín cuyos emblemas cubren las tumbas de los más fervientes fanáticos que ni un sólo domingo faltaron a la cita futbolística en el estadio, para quienes la derrota fue motivos de lágrimas, e incluso de muerte; para quienes la victoria era la motivación que daba sentido a sus vidas; en los aún vivos muertos visitados con frecuencia en los cementerios repletos y en obras de ampliación; en la violencia que todos sufren y cuyo furor compartieron durante la última década; en el sicario de la comuna que se convierte en el ídolo y en el centro focal de organización de una unidad social.

Por Juan Fernando Domínguez, antropólogo
Cronopios - Agencia de prensa


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